IDIOTA
¡Vale!, puede ser verdad pensaba…
La felicidad sin medida,
puede volver idiota a cualquiera,
pero estaba dispuesto a correr el riesgo.
Por eso, esa mañana,
al verla de nuevo en el andén del metro,
venció su crónica timidez y,
acercándose a ella, le susurró al oído:
¡Eres la mujer de mi vida!,
¿Te quieres casar conmigo?
Cuando el juez le impuso
la correspondiente multa,
supo el precio de ser un idiota…
¡y encima seguía solo!.