Cuando ella
cerró la puerta,
recordó las veces que, abajo en la ciudad,
se habían cruzado sus miradas,
y cuánto había deseado estar juntos,
con suficiente tiempo para conocerse.
-Cosas del azar, había pensado entonces-.
Vencido,
se puso a buscar el adjetivo apropiado,
para un destino que durante tanto tiempo
había jugado con ellos…
y, precisamente aquí,
para tratarle de su ya irremediable mal,
la traía, con el tiempo contado y
su impactante bata blanca, a su lecho,
en la habitación 315.
En la penumbra del desaliento,
encontró al fin la palabra adecuada:
¡Sádico!.
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