DES-OYENDO CONSEJOS
Recuerdo que solías decirme:
-¡Cada
una tiene la obligación
(¿o era maldición?)
de
descubrirlo todo
por
sí misma!
Puede que tuvieras razón pero,
algunas
veces,
conviene hacer caso a los que te precedieron
con
sus-en ocasiones-sabios consejos,
te
respondía,
por
ejemplo:
cuando
te avisé de la fragilidad
del
primer amor
(recuerdo que estabas en tu Primavera)
y
te sugerí esperar
a
más adelante
(a tu inmediato verano, al menos),
para
sumergirte,
con
el impulso de tu insultante juventud,
en
tan peligrosas aguas.
Pero
claro,
¡tenías
que experimentarlo por tí misma!.
Estoy
seguro que en el último momento,
mientras
–ya sin remedio-te hundías,
cambiaste
de parecer,
y
muy a tu pesar,
me
darías la razón…
Aunque,
conociéndote,
y
de haberte salvado,
jamás
me lo hubieras reconocido.
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