ACTO I-LA MAÑANA-EL ROSAL QUE ADORNABA NUESTRA VIDA
Ahora que me interrogo por lo sucedido,
reconozco que sí,
que llegué a ser feliz;
ignorantemente feliz, añadiría.
Tanto que, ni siquiera,
me preocupaba de regar el rosal
que adornaba nuestra vida.
De hecho llegué a pensar que
no necesitaba especiales cuidados,
que por algún
misterioso azar de la convivencia,
se mantenía, florido y fresco,
como el primer día que entró en casa
junto a ti…
Hasta hoy que,
sin previo aviso,
amaneció medio marchito y,
a menos que me disponga a socorrerlo.
no tendré más rosas que cuidar.
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