Miro mi mano diestra,
gobernanta de los dedos que,
tamborileando de impaciencia
sobre el vidrio,
aguarda la próxima incursión.
Y no me atrevo a decirle que nunca más,
como diestro explorador,
hará viajes por los suaves
promontorios de tu
piel.
Retrasando el momento,
observo de reojo a la,
siempre discriminada
siniestra que,
conocedora de los hechos y,
dispuesta a contárselo todo,
esboza una sonrisa de venganza…
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