Le dijeron que la soledad era estar en un parque
a las tres de la madrugada bajo la lluvia.
Y sí, podía dar fe de ello…
Se siente uno muy solo,
a esa hora y en ese lugar,
sobre todo cuando se ha ido allí
para olvidar que,
consecuente con el rechazo que se profesa
a los juegos de azar, uno no participó
en la lotería de la
oficina…
y apareció la botella de cava.
Pierde el último bus y,
tras la caminata,
ya en casa, lee la nota que,
bajo el felpudo, junto a las llaves, le avisa:
“Te lo dije, Luis, esta vez iba en serio”.
Se dispone a mordisquear
la última tortilla hecha por ella que
reposa en el Duralex,
sobre el mantel de hule de la cocina.
Sale a pasear para olvidarlo todo…
y comienza a llover.
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