Te miraba cada mañana
desbrozando tus geranios
con infinita paciencia.
Les hablabas,
los mimabas,
los alimentabas,
como si la vida te fuera en ello.
Desde el otro lado de la calle
observaba tu rostro y
sabía que todo seguiría igual,
que mientras estuvieras allí,
protegiendo tus geranios,
podría enfrentarme
con aplomo a mi vida.
Eras,
cómo decirlo…
mi talismán, mi asidero.
Pero hoy
(tras varias mañanas de añorarte),
un impúdico “SE ALQUILA”,
oculta tus geranios marchitos.
Y tengo miedo que mi vida,
sin razón aparente,
comience a tambalearse.
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